Un emotivo cierre en el paseo tras las huellas de Alfonsina en su hora final
Las dudas y los temores que acompañaron a Alfonsina Storni hasta arrojarse al mar una madrugada helada de 1938, sus amores y sus frustraciones, su lucha por los derechos de las mujeres y el trazo firme de su escritura indeleble se combinaron en un recorrido guiado por el barrio marplatense de La Perla, como parte de las propuestas de la jornada de cierre del Filba Nacional.
En un paseo desde el sitio en el que escribió insomne sus últimos versos, hasta el espigón por el que avanzó en soledad hacia la muerte y el monumento en piedra que la recuerda, los rastros de la escritora hipnotizaron durante casi dos horas a más de 20 participantes del festival que se sumaron al circuito «Los caminos de Alfonsina», a cargo de las guías Andrea García y Victoria Gazzanego.
El punto de partida del paseo fue la calle 3 de Febrero al 2800, corazón del barrio de La Perla, en el macrocentro de la ciudad balnearia, donde se ubicaba el viejo Chalet San Jacinto en el que Alfonsina pasó sus últimos días, y donde solo queda una placa recordatoria, entre un espacio cultural y un hotel alojamiento.
García explicó que desde ese sitio avanzó la poetisa los 500 metros de distancia hasta la playa, a la 1.30 del 25 de octubre de 1938, «en una noche helada en la que diluviaba, y en un época en la que la zona estaba prácticamente desolada». Y recordó también el arribo de la escritora pocos días antes a la ciudad en el viejo Ferrocarril del Sud, la despedida con su hijo Alejandro en la estación Constitución y el sufrimiento por su salud debilitada por un cáncer de mama que la había dejado «mutilada», como ella solía decir.
«Aunque muchos habrán escuchado que fue así, lo cierto es que Alfonsina no se mató por amor: se mató entre otras cuestiones porque sufría una grave enfermedad, por la que había sido operada en 1935, y por la cual sufrió una mutilación que comenzó a producirle muchos cambios y tenía que recibir tratamientos paliativos», explicó.
Gazzanego contó que la decisión de suicidarse no fue un rapto improvisado, sino que la escritora había contactado días antes a un médico marplatense al que le preguntó cuál sería la dosis necesaria de un narcótico analgésico si quería matarse, y el doctor trató de disuadirla, aunque le aseguró ante otra pregunta que tendría «mejor suerte» si se tiraba al mar, «especialmente si no sabe nadar».
A medida que el sol calentaba la jornada otoñal, el recorrido guiado continuó por la calle Hipólito Yrigoyen, que en 1938 se llamaba San Juan, y que camino a la playa apenas ofrecía entonces algunas casas en obra y un puesto de la Subprefectura.
«¿En qué habrá pensado mientras caminaba?¿en sus amores? ¿en su hijo? Quizás en sus obras», sugirió García, y repasó la transformación que sufrió la zona en casi 85 años, del paisaje desolado a la explosión de los chalets de piedra y el pintoresquismo en los ´40, hasta la ola de demoliciones que hoy suma metros cuadrados de edificios mientras pone en riesgo el patrimonio arquitectónico de la ciudad.
Las guías recordaron la infancia errante de Alfonsina, su nacimiento en Suiza el 29 de mayo de 1892, la radicación de su familia en San Juan, luego en Rosario, y su propio viaje hacia la Capital Federal a los 19 años, sola y con un embarazo de siete meses.
Al llegar a la costa, García señaló el sitio en el que estaba ubicado el balneario del Club Argentino Mujeres, donde actualmente funciona el parador Saint Michel, y explicó que fue en el viejo espigón de hierro y hormigón de ese lugar donde la poetiza caminó sus últimos pasos y se arrojó al mar.
«No entró caminando al mar, ese es otro mito. Se tiró de la escollera, y su cadáver fue encontrado cerca de las 7 de la mañana», recordó García, y detalló luego la lucha de la escritora Salvadora Medina Onrubia, amiga de Alfonsina y esposa de Natalia Botana, para que el cuerpo fuera trasladado a la capital, donde fue velado y enterrado en la bóveda familiar del fundador de Crítica, hasta que en 1963 fue reubicado en Chacarita.
Con el mar de fondo, entre runners y vecinos que pasaban en bicicleta o en rollers, Gazzanego recordó las palabras del senador socialista Alfredo Palacios al despedir a su amiga muerta: «Algo anda mal en una Nación, cuando, en vez de cantarla, los poetas parten voluntariamente, con un gesto de amargura y de desdén».
El recorrido tras las huellas de Alfonsina incluyó sobre el final un repaso de su legado literario, ilustrado por los versos de su poema «La Loba» como fondo, en voz de las guías: «Yo soy como la loba. Quebré con el rebaño. Y me fui a la montaña. Fatigada del llano. Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley, Que no pude ser como las otras, casta de buey Con yugo al cuello».
A pocos metros del monumento de piedra emplazado frente al balneario que lleva el nombre de la escritora, García y Gazzanego explicaron que ese texto era una muestra además de su lucha por los derechos de las mujeres, que horrorizaba a tantos colegas y también a los jefes que tenía en comercios y escuelas, a los que desafió sin vacilación en cada caso.
Otros versos suyos, escritos tras el suicidio de su amigo Horacio Quiroga y proféticos acaso, marcaron el final del circuito, que formó parte de la jornada de cierre del Filba: «Morir como tú, Horacio, en tus cabales, y así como siempre en tus cuentos, no está mal; un rayo a tiempo y se acabó la feria… Allá dirán»
Por: Alfredo Ves Losada
Fuente: TELAM